LOGROÑO, ESPAÑA 1523

Lady Angela III
8 min readOct 9, 2024

Logroño Medieval

L a agricultura y ganadería no eran las únicas ocupaciones del pueblo llano en el Logroño medieval. El penetrante olor de las tenerías y curtidurías impregnaba el camino de San Gregorio; mesones y tabernas jalonaban la Costanilla y la rúa de la Herventia; el nombre de las calles de las Ollerías respondía al gremio de los fabricantes de ollas y otros utensilios de barro, y en el nuevo barrio de La Villanueva habían instalado sus talleres alfareros y otros maestros artesanos, enumera Marcelino Izquierdo. Oficios a los que se suman los horneros, zapateros, boticarios, carreteros, pregoneros, aguadores… También los canteros y aquellos que participaban en las numerosas obras que se llevaban a cabo en los templos, casas de la oligarquía y en la muralla de la ciudad.

Por otra parte, advierte José Luis Gómez Urdáñez, Logroño era la aduana de Castilla por la que entraban productos llegados de Europa a través de los puertos, en especial por el de Pasajes. Su enclave fronterizo hacía de la villa un lugar estratégico para el comercio, actividad que enriqueció a familias como los Enciso, los Ponce de León, los Yanguas, los Soria… «Algunos incluso tienen casa abierta en Amberes», señala Gómez Urdáñez. Y explica que «al otro lado del Ebro se encuentran los almacenes de estos mercaderes de largo alcance, que se han hecho ricos exportando lana a Europa y trayendo otros productos a la ciudad. Pero para ello había que pasar el Ebro y pagar impuestos, así que los guardaban en estos almacenes hasta que hubiera un descuido o se pudiera sobornar a un guardia». Eran por tanto, mercaderes más ricos que en otras ciudades. Y más ilustrados, porque la frontera también es lugar de trasvase de libros, de entrada de las ideas. Una agitación intelectual de la que fue partícipe el reconocido impresor Guillén de Brocar, quien en 1523 ya se encuentra trabajando en Alcalá de Henares pero aquí continúa su familia y su taller, de donde siguen saliendo ediciones.

Clases sociales

Al pueblo raso y a los grandes mercaderes y altos funcionarios se suma el clero, también más poderoso que en otros lares. En el Palacio Episcopal, inmueble que en 1523 compartía vecindad con La Redonda (en la actual Plaza del Mercado), residía el obispo de Calahorra y algunos inquisidores apostólicos dado que el Tribunal de la Inquisición de Navarra se había trasladado a Calahorra a raíz de la invasión francesa de Navarra en 1521, aunque en las fechas que nos ocupan actuaba sobre todo en Logroño, donde se acabará instalando en 1560. Este tribunal empezó actuando contra los judeoconversos, luego se sumaron las brujas, los herejes protestantes y también los seguidores de Erasmo.

¿Por qué Logroño era ciudad de grandes comerciantes y no de grandes nobles? Lo explica José Luis Gómez Urdáñez, coordinador del proyecto de investigación ‘Esperando al emperador. Logroño 1523’. «Aquí hay muchos mercaderes, la mayoría conversos, algunos de los cuales incluso tienen problemas con la Inquisición. Hay conversos ricos y pobres hidalgos, y además los primeros se están casando con las hijas de los hidalgos para obtener dinero y honor, con lo que deja a los viejos hidalgos en muy segunda categoría». El poderío de estos mercaderes está ligado a las libertades de las que gozaba Logroño a raíz del Fuero concedido por Alfonso VI a la ciudad en 1095, y que permite a sus pobladores permanecer siempre «libres e ingenuos», sin dependencia de nadie y menos de la nobleza. «Eso explica que a los nobles no se les dejara hacer casa en Logroño, y por tanto no existan grandes palacios en nuestro actual casco antiguo, y que la ciudad de Logroño fuera defendida en 1521 por el ejército y no por las mesnadas de los nobles feudales», apunta el catedrático.

Vestimenta

A comienzos del siglo XVI la indumentaria sufrió una importante renovación influida por las tendencias renacentistas llegadas de Italia, de modo que a las estilizadas figuras del gótico con sus características formas apuntadas les sucedieron las vestiduras holgadas y con más volumen. Como explica Cristina Sigüenza, doctora en Historia del Arte y especialista en el tema, «la indumentaria de esta época se caracterizó por las prendas de formas redondeadas en las hechuras, los calzados con punteras redondeadas o planas, los tocados ajustados a la cabeza, los escotes femeninos en forma de U y las faldas acampanadas. Muy populares fueron también los ‘acuchillados’, aberturas en la tela de las mangas o del cuerpo por donde asomaba el tejido del forro o la camisa interior».

Símbolo de estatus, la vestimenta marca la diferencia social entre los más pudientes, que vestían ropas a la moda confeccionadas en tejidos de terciopelo, seda o paños finos, y la mayoría de la población, arropada por prendas de confección casera y de tejidos más sencillos y toscos, como el lino, el algodón o la lana. Sigüenza también menciona los colores como signo de poder. «Los tonos vivos como el rojo, el verde o el azul oscuro fueron muy apreciados y se destinaron a los tejidos de seda y paño, a menudo ornamentados con bordados, orillos en oro y plata, e incluso ribetes de piel. Las clases trabajadoras -artesanos, comerciantes- imitaban en lo posible a los privilegiados tratando de seguir las modas, mientras que entre las gentes más humildes predominaban las prendas de hechuras muy sencillas, con colores pardos, el de la lana y el lino en su tono natural. Entre estos últimos seguramente pervivieron las prendas medievales de larga tradición, pues se legaban como bienes valiosos de generación en generación».

El traje masculino a la moda -detalla Cristina Sigüenza- estaba compuesto por un jubón que se colocaba sobre la camisa interior y cubría el torso, calzas para las piernas y un sayo o ropa con faldas que se vestía encima del jubón. La moda de dejar las piernas al descubierto hizo que perdiese importancia el sayo en favor del coleto, una especie de chaleco sin mangas que apenas pasaba de la cintura. El tocado masculino favorito fue la gorra, redondeada y aplastada, con vuelta o ala doblada. Como calzado se usaron zapatos y botas con punteras redondeadas o achatadas, y los había muy lujosos, de cuero o badana muy flexible. Artesanos y labradores usaron una indumentaria más modesta, calzones y gabán, y como tocado un sombrero sencillo, que se usaba para viajar y caminar al aire libre.

Las mujeres vestían una camisa interior de lino sobre la que llevaban un corpiño ajustado y una faldilla o falda interior. Para vestir a cuerpo se ponían la saya o bien dos piezas: un cuerpo o gonete y una falda llamada basquiña. Se cubrían el cabello con tocas hechas de telas finas y ligeras, cofias de red y con el popular tranzado o trenza envuelta en una funda de tela o red. Tanto hombres como mujeres utilizaban como prendas de abrigo los sobretodos y también los tradicionales mantos.

La visita de Carlos V

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El emperador Carlos V tenía 23 años cuando visitó Logroño por segunda vez. Los 19 días que permaneció en la ciudad (del 20 de septiembre al 9 de octubre de 1523) supuso la estancia más larga de las tres visitas que realizó a los logroñeses durante su reinado (en 1520, 1523 y 1542). En palabras de José Luis Gómez Urdáñez, «1523 supone el momento triunfal del emperador Carlos V, pues ratifica la conquista de Navarra con su presencia en la ciudad en la que comenzó la derrota del ejército francés dos años antes. El emperador Carlos V llega a Logroño desde Burgos con la idea de dirigir la guerra contra Francia y aquí jura los privilegios en la Imperial de Palacio -entre ellos el Fuero de 1095- y confirma el regalo de las Tres Flores de Lis, así como otros documentos de gran importancia para la ciudad. De este modo, Logroño se convierte durante 19 días en la sede de la administración imperial, con el monarca presente para ver pasar a sus tropas hacia Francia junto a su fiel secretario, Francisco de los Cobos, y otros dos secretarios, Zuazola y Urriés, que refrendarán las varias decenas de documentos y cartas firmados en la ciudad.

Estos documentos son los únicos testimonios de esta visita, que poco tuvo que ver con la realizada tres años atrás, entonces como Carlos I y unos meses antes de ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Aquella primera visita se vivió como una celebración, con grandes recibimientos, enramadas y festejos; esta segunda tiene un carácter militar, pero ambas son equiparables en relevancia histórica, apunta Gómez Urdáñez. «La ciudad –explica Urdáñez– se convirtió durante esos diecinueve días en una urbe militarizada, se reformaron las murallas y se hizo acopio de armas y de hombres. Aunque también hubo tiempo para manifestaciones festivas en la siempre bulliciosa corte del emperador».

¿Dónde pudo alojarse Carlos V y su corte? El dato se desconoce, pero no tuvo que ser un lugar pequeño a juzgar por la cantidad de soldados y el séquito que acompañaba al emperador. «En 1523 no había todavía un edificio adecuado para servir de casa al emperador, a no ser el convento de San Francisco», apunta el catedrático de Historia Moderna. María Teresa Álvarez Clavijo baraja la posibilidad de que acampara en las inmediaciones de la ciudad.

Sobre su estancia en Logroño, 19 días llenos de historia, apenas se había investigado ni divulgado nada hasta la reciente investigación liderada por José Luis Gómez Urdáñez y recogida en el libro ‘Esperando al emperador’. Y aún habrá que esperar para continuar indagando y conocer más en profundidad este capítulo de nuestra historia.

Logroño en flor de lis

¿Conoces el escudo de Logroño?

Cómo era el Logroño de 1523

Mapa del Logroño de 1523

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Lady Angela III

Author et SAR Lady Angela III est membre de la Maison de Bonaparte et de la Maison de Saldos..